SABÁTICO

La diferencia entre una interacción y una relación es que en la primera se da un intercambio, un contacto, un trasvase de comunicación relevante, mientras que en la segunda, en la relación propiamente dicha esa interacción se fija en el tiempo pues se ha repetido de manera duradera y con un vínculo emocional añadido. Ya es una Relación.
Esa relación puede conducirse por caminos positivos o por vericuetos nefastos. En los dos casos es clave la repetición de los patrones y mientras que las relaciones positivas nos mueven en espirales ascendentes de crecimiento o en horizontales de estabilidad, en las relaciones más patógenas la repetición se debe a la rigidez, ese pensar cuadriculado que nos puede cegar y acabar exaltando las emociones más negativas de malestar e impotencia. Esto último es lo que llamamos a veces una escalada simétrica o el viejo dicho de "hace falta un martillo más grande".
Me viene ahora a la mente una escena de Los Simpson en que la familia acude a terapia familiar y Marge, la madre desesperada, exclama: ¿qué mas podemos hacer si no hemos hecho nada?

El que tenga ojos que vea. Nuestro entorno está repleto de ejemplos de interacciones que a base de repetición y de buenas dosis de rigidez se han convertido en patrones de malestar en los que, como en las adicciones, que una vez desencadenados cuesta ver más posibilidades y la puerta de salida es en realidad un tirón mas fuerte a la cuerda que nos baja al pozo.
Evidentemente también hay patrones de relaciones más positivos que se conducen por la flexibilidad y cuya repetición es una manera de afianzar aquello que nos da armonía y calidad de vida.

Si pasamos las varillas de zahorí por este tema veremos como hoy en día se detienen ante una gran fuerza. El momento actual ha dinamitado patrones relacionales positivos que ahora ya no lo son tanto y han puesto en valor interacciones positivas, cálidas, de proximidad y que ahí andan con un cierto nivel de coqueteo social y que tal vez se acaben convirtiendo en relaciones estables.

Cualquier revisión de nuestras relaciones en estos momentos puede ser muy arriesgada. Y exigente, muy exigente. En tres meses hemos tenido tiempo de replantearnos ni más ni menos que nos parece este  mundo y mi relación con este mundo. Mi parte contratante, mi responsablidad.
Podemos seguir mirando para otro lado, podemos esperar pacientemente a ver qué pasa... podemos patalear, podemos abanderar una revolución (global o de proximidad), podemos seguir igual...
Pero que duda cabe que este momento es el de las decisiones y de las revisiones. Qué hacer con mi vida, con mis amistades, con mi forma de ganarme la vida, con mis compañeros de viaje, cuánto he de ceder para... cuanto he de forzar para... cuánto tiempo he de dedicar a otros para dedicarme a mí.

Tal vez piensen que soy un exagerado. Ya saben que la ciencia del zahorí es pseudociencia pero en tiempos como estos no acabo de ver nada que no sea pseudoalgo, incluso los pobres mayores muertos en soledad son pseudolamentados.

Yo he decidido, como un intento, como un esfuerzo prudente, el iniciar un año sabático. Pero no, no me refiero a dedicarme sin sueldo a formarme, investigar o rascarme los sobacos... Es por Ernesto Sábato que lo acabo de descubrir. Escritor argentino  y figura imprescindible para personas inquietas.
Sábato no lo pone fácil. Está lejos de lo superficial y comercial. Escribió muchos libros pero no conforme quemó (literalmente) muchos de ellos. Su obra es escasa pero imponente.
Pero yo lo he descubierto gracias al Big Data que no paraba de recomendármelo por aquí y por allá tal vez por mis búsquedas de Cortázar y otros en esta onda de escribir en el margen de la libreta.
A mi me enamoró el señor Sábato en la entrevista del programa A fondo (1978) que puede verse en youtube fácilmente. Cuesta creer que lo que aquí se dice y escucha, tan actual,  es de hace 42 años. Para pensarlo.
En un momento dado Sábato dice esto que transcribo tal cual:
"Yo me he impuesto cosas grandes. No creo que haya nada malo en decir esto. Otra cosa es que lo haya logrado. No vale la pena ponerse a escribir si no se proponen cosas grandes, aunque no se logren. Lo menos que se le puede y debe pedir a un hombre es que sea perfecto. 
Si yo tengo un jardín, un pequeño jardín, lo menos que se me puede pedir es que sea perfecto, ordenado, que esté bien dispuesto, limpio. Pero si yo me propongo el Mato Grosso, es otra cosa, el Mato Grosso tiene fieras, pantanos, mosquitos, alimañas y sabandijas de toda índole. No le pidan al Mato Grosso lo que le pedirías a un jardín".
Gracias Sábato por esta interacción que seguro va camino de una relación más formal.

Pues bien, esta es la disyuntiva. ¿qué proponemos para cambiar las cosas? ¿Jardín o Mato Grosso?.
Yo ya me he comprado un machete y un mapa. Brújulas ya no quedaban.



Comentarios

  1. Bonita y cuidada reflexión. Opto por recuperar jardines olvidados, y cortar las malas hierbas, una y otra vez. Incansablemente, permitiendo de vez en cuando un buen descanso, más que merecido, necesario. Quizás con algo de inocencia, pienso que llegará el momento en que esa mala hierba deje de estropear el resto de jardín, o bien porque casi no crezca, o bien porque dejemos de enfocarnos en ella. Observando que el resto de nuestro trabajo, muy agradecido floreció. ¿Malas hierbas nunca mueren?.

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  2. La revolución de lo cercano me gusta, me recuerda a la campaña "cuida tu gota de agua" en la que se nos anima a mirar nuestro jardín interior para luego ir construyendo, de dentro de fuera. Me gusta la distincción que haces entre interacción y relación ya que es cierto que cada vez vez haz más interacciones "correctas" que se comen "relaciones intensas" en las que poder crecer en la diferencia. La repetición es necesaria, ya el cuna el niño se mece ritmicamente porque nos da seguridad pero también, como al andar, que apoyamos un pie, el otro se eleva en el riesgo de conquistar otros horizontes. La repetición sin más nos llevaría a la anedonia, el riesgo calibrado nos impulsa en esa espiral virtuosa que nos eleva. En el equilibrio entre el arriesgar y el securizar esta la clave. Tal vez la brújula no está fuera sino dentro, en un pálpido que, si lo escuchamos bien, nos devuelve nuestra autorregulación ;) Gracias Zahorí!!!

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